Autoridad y súbditos en la Iglesia

En cuanto a las relaciones dentro de la Iglesia entre autoridades y súbditos, estás deben regirse por el amor, así hay que obedecer por amor a Dios y a la persona que tiene autoridad. Y la autoridad eclesiástica debe amar a los fieles y ser su servidora. Obedeciendo a la autoridad de la Iglesia obedecemos a Dios.

Pero si un sacerdote u obispo manda cosas contrarias a la ley de Dios no hay que obedecerle, sino más bien tenemos la obligación de no obedecerle, según lo que se dice en Hechos "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Ya Sto Tomás de Aquino, hablando de la obediencia de los religiosos, nos indica que nunca hay que obedecer al superior cuando manda algo contrario a la Ley de Dios, al menos en materia grave.

Citamos a María Valtorta "La caridad debe asimismo regular las relaciones entre las autoridades, bien sean éstas eclesiásticas o laicas, y los súbditos. Ninguna de ellas, aunque esté arriba, debe ejercerse sin caridad y justicia. Dios – porque es Dios el que permitió que éste o aquél accediese al poder – a nadie puso en alto para atormentar a sus hermanos, sino para probar la justicia y la caridad de las autoridades y para castigar a quienes no las practiquen creyéndose neciamente exceptuados de tales deberes por ocupar puestos de relevancia"

"Estar arriba, ser "cabezas", implica deberes de paternidad como también de fraternidad, y quien falta a ellos es juzgado severamente por Dios que hácele responsable, no sólo de su propia culpa de falta de caridad y de justicia, sino también de las reacciones que tales culpas suyas provocan en sus súbditos. Aquél que, porque está arriba, persigue, atormenta y hiere injustamente a un humilde, a un súbdito, será llamado por Dios a responder de los escándalos, amarguras y dudas sobre la justicia y providencia divinas que, inevitablemente, surgen en el corazón de los oprimidos".

(P.323) "Y la caridad es la que debe regular igualmente las relaciones de los súbditos con las autoridades. No las juzguen y dejen a Dios el juicio de las mismas. No se rebelen contra ellas siempre que sus órdenes no sean contrarias a la religión, a la moral, a la colectividad o a una anterior e inmutable disposición divina, en cuyo caso, aún a costa de sufrir martirio cruento o incruento, es preciso seguir el ejemplo de Cristo que no se plegó a los desordenados quereres del Sanedrín."