Si el hombre o mujer que vive haciendo la voluntad de Dios, no esperara una vida que no se acaba y que es inenarrable felicidad, su vida tendría un deje de insatisfacción: su vida se truncaría como la de los animales, y su amor a Dios y a sus hermanos se verían disueltos en la nada absurda. Correría igual suerte el malvado que el hombre honrado y Dios no sería justo. Las aspiraciones a una vida feliz y sin final serían como humo, lo que contradiría los deseos más íntimos de nuestro corazón, cuando vemos que en la Naturaleza creada por Dios a todo deseo fundamental corresponde una realidad: así si sentimos sed, de una parte, de otra existe el agua; pues si sentimos sed de felicidad que no se acabe, este estado de felicidad sin fin debe existir, porque Dios no da nacimiento ningún deseo auténtico que no se corresponda con la realidad.
Y a la cortedad de nuestras luces, que a veces nos esconde, envuelta en niebla, la dulce realidad de la eterna bienaventuranza, viene en auxilio la Palabra de Dios contenida en la Biblia y la enseñanza de la Iglesia, así como el testimonio de los santos.
Dice el Catecismo (universal) de la Iglesia Católica en su nº 1024: "El Cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha".
Dios quiere que todos los hombres se salven. Pero quiere también que lo hagan libremente y por tanto respeta nuestra libertad de elegir entre el fuego y el agua, entre la vida bienaventurada para siempre o la terrible desventura eterna.
Como dice el Catecismo (universal) de la Iglesia Católica en su número 1033: «Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos. "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15) Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".»
En las apariciones de la Virgen en Fátima (tercera aparición: 13 de Julio de 1917), los tres pastorcitos vieron el infierno como nos narra Lucía, una de las tres, que hasta hace poco aún vivía como monja de clausura en Portugal:
"Al decir estas palabras, abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo (de luz que ellas irradiaban) parecía penetrar en la tierra y vimos un como mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fueran brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban – en el incendio llevadas por las llamas que salían de ellas mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados – semejante a la caída de pavesas en los grandes incendios – pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa".
La visión duró tan sólo un instante, durante el cual Lucía soltó un ¡ay!. Ella comenta que, si no fuese por la promesa de Nuestra Señora de llevarlos al Cielo, los videntes se habrían muerto de susto y de pavor.
"Asustados, pues, y como pidiendo socorro, levantamos la vista a Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza":
-LA SANTÍSIMA VIRGEN: "Visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas (para evitar que vayan al Infierno eterno), Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón"
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad (art. 1035 del Catecismo Universal). A algunos les resulta difícil concebir la eternidad del Infierno – que nunca se acaba – porque piensan que siendo Dios infinitamente misericordioso si los condenados se arrepienten les perdonará. Pero los condenados ya no pueden ni quieren arrepentirse nunca -misterio de iniquidad de la impenitencia final: Así se lo comunicó la Virgen María, creo recordar, a uno de los jóvenes videntes de Medjugorge, le dijo que los condenados ya no querían arrepentirse. Es evidente que si pudieran y quisieran arrepentirse Dios les perdonaría, pero ello es un imposible, y por eso el Infierno es eterno. También en Medjugorge la Virgen mostró el Cielo, el Purgatorio y el Infierno a varios de los videntes.
La pena más intensa del Infierno es la separación eterna de Dios: "La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en Quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira". Esta pena se llama pena "de daño". También existe la "pena de sentido" por la que los condenados son atormentados con suplicios:
"Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf Mt 5, 22,29; 13, 42,50; Mc 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad…, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación: "¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!"(Mt 25, 41)(nº 1034 del Catecismo Universal).
Y para intuir cómo es posible el misterio de la eterna condenación y lo que perderíamos si nos condenáramos, transcribamos unos pasajes del diario íntimo de una mujer que murió (1987 en Barcelona) tras una vida santa: se trata de María Benedicta Daiber:
«Sigo como envuelta en el abrazo y en la mirada de amor del Padre…Todo unido a una vivencia de libertad interior, como una hija que dentro del más profundo amor y reverencia filial, sabe que junto a su Padre, sencillamente "está en casa". No sé cómo expresarlo en forma adecuada. Son cosas que transcienden todo lo humano.
Y asoma la pregunta dolorosa ¿por qué hay almas que se apartan de tanto amor?…¡Cómo se ensaña el misterio de iniquidad contra el misterio del Amor!.
Siento unas ansias inmensas, dentro de la más profunda paz, de ayudar a las almas a encontrar el camino al Padre, siendo pobre y humilde instrumento en manos de Cristo, para que las almas que Él pone en mi camino, vivan a fondo el misterio de la Pascua…y no pierdan eternamente lo que con incomparable amor nos ofrece el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo…El infierno – y esto es lo terrible – no es más que la pérdida eterna del Amor, con todas sus consecuencias de sumo dolor para el alma y el mismo cuerpo para siempre jamás…Me llega hasta el fondo del alma este contraste terrible y eterno entre la posesión eterna de Dios Uno y Trino en plenitud de amor y libertad de hijos de Dios, y la pérdida eterna de esta felicidad en la esclavitud sin fin del demonio y un dolor que no acaba y del cual en esta vida no es posible siquiera formarse una idea, aunque el solo vislumbrar algo de esto en una experiencia mística, ya es imposible expresar en palabras.» (10 de Abril de 1977)