La Masonería y la Iglesia

«Con fecha 26 de Noviembre de 1983, la Congregación para la doctrina de la fe declaró que "el juicio de la Iglesia respecto a la masonería permanece inmutable" y, por lo tanto, el inscribirse en ella está prohibido a los católicos.

Un estudio más profundo ha llevado a la Congregación a ratificarse en la convicción de que entre los principios de la masonería y los de la fe cristiana existe una incompatibilidad de fondo. Se trata de ideas filosóficas y concepciones morales en las que no hay lugar para las grandes realidades de la fe cristiana, como son: Dios creador y Padre; la realidad del pecado; Jesucristo, Hijo de Dios revelador y Salvador; la Iglesia, comunidad de salvación, etc.

Desde varias partes se objeta hoy que lo esencial de la masonería sería precisamente el hecho de no querer imponer a sus propios adeptos posiciones filosóficas y religiosas vinculantes para todos sus miembros. Ella, más bien – y más allá de los límites entre las diversas religiones y visiones del mundo – quiere reunir a los hombres de buena voluntad basándose en los valores humanos y naturales comprensibles y aceptados por todos. Quiere constituir un punto de cohesión para todos aquéllos que creen en un ser supremo y que se quieren inspirar en aquellas orientaciones morales fundamentales reasumibles… Lejos de querer alejar a alguno de su religión, quiere favorecer una adhesión más convencida.

Pero aquí está precisamente la insidia masónica. Mientras de palabra se muestra el propósito de reunir a los hombres de buena voluntad en torno a un proyecto de construcción de la sociedad sobre valores humanos, aceptables para todos, con los hechos – esto es, con una organización rígidamente estructurada y centralizada, con sus propios símbolos y ritos, con la jerarquía de los grados de dependencia siempre más vinculante, con la rígida disciplina del secreto – construye en sus adeptos una mentalidad inspirada en el racionalismo, en el naturalismo y en el relativismo, radicalmente incompatibles con los principios de la fe y de la vida cristiana.

Aunque se afirma que el relativismo no se asume como dogma, sin embargo se propone de hecho una visión según la cual las distintas concepciones religiosas, a las que pueden pertenecer los diversos inscritos, son puestas todas sobre el mismo plano, enfrente y por debajo de una mentalidad más amplia, que es propia de la fraternidad masónica.

La fuerza relativizante de esta comunidad, por su misma lógica y estructura intrínseca, tiene en sí la capacidad de transformar radicalmente la mentalidad del adepto. Es una transformación que se realiza además de una forma suave, sin ser advertida.

Volviendo ahora a la posibilidad de diálogo entre los católicos y la masonería, una cosa es el diálogo entendido como colaboración con todos los hombres de buena voluntad, independientemente de sus principios de partida, lo cual está perfectamente en línea con el Vaticano II, a condición naturalmente de que el cristiano se mantenga sólidamente unido a la Iglesia.

Otra cosa, en cambio, es inscribirse en la masonería, en razón de los objetivos de diálogo que ella propone. En este segundo caso, y basándose en lo que acabamos de decir, las intenciones de diálogo ya no tendrían sentido, porque la inscripción en la masonería significaría de por sí pertenecer a dos organizaciones, a dos Iglesias diametralmente antitéticas entre sí. El cristiano no puede pertenecer a la Iglesia, como participación en la plena unidad católica, y al mismo tiempo pertenecer a una logia masónica, la cual le pide que mire a la Iglesia y a la comunidad cristiana con una mentalidad masónica.

Pues bien, precisamente considerando todos estos elementos, la Congregación para la doctrina de la fe afirma que inscribirse en la masonería sigue estando prohibido por la Iglesia católica y que los fieles que se inscriben conscientemente en ella se ponen en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la Santa Comunión.

La Iglesia quiere poner en guardia a los fieles contra el grave peligro de una pertenencia incompatible con la fe católica y recordarles que sólo Jesucristo es camino, verdad y vida. Sólo en Él los cristianos pueden encontrar la luz y las fuerzas para realizar el proyecto de Dios sobre la humanidad, trabajando por el verdadero bien de sus hermanos.»

Queda así claro que las condenas que de la masonería hicieron los Papas hace muchos años siguen en vigor. Citemos para comprobar estas condenas las palabras de León XIII en la encíclica Humanum genus:

«En nuestros días, todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia, siéndoles guía y auxilio la sociedad que llaman de los masones, extensamente dilatada y firmemente constituida.

Sin disimular ya sus intentos, audacísimamente se animan contra la majestad de Dios, maquinan abiertamente y en público la ruina de la Santa Iglesia, y esto con el propósito de despojar, si pudiesen, enteramente a los pueblos cristianos de los beneficios que les granjeó Jesucristo Nuestro Salvador.

Llorando Nos estos males, somos impelidos a clamar repetidamente a Dios: – He aquí que tus enemigos vocearon y levantaron la cabeza los que te odian. Contra tu pueblo determinaron malos consejos, y discurrieron contra tus santos. Venid, dijeron, y hagámosles desaparecer de entre las gentes.»

Y continúa el Papa en otro lugar: «por grande astucia que tengan los hombres para ocultarse, por grande que sea su costumbre de mentir…es imposible que no aparezca de algún modo en sus efectos la naturaleza de la causa…y los frutos de la secta masónica, además de dañosos son acerbísimos.

Porque de los certísimos indicios que hemos mencionado antes, resulta el último y principal de sus intentos, a saber: el de destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, levantando a su manera otro nuevo con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo (mitificación de la Naturaleza, que como guía puede rebajar al hombre a puro animal, si imita, sin discernir, los comportamientos de ese reino)».

Y más adelante: «consta suficientemente… ser propio de los masones el intento de vejar cuanto puedan a los católicos con enemistad implacable, sin descansar hasta ver deshechas todas las instituciones religiosas establecidas por los Papas. Y si no se obliga a los adeptos a abjurar expresamente la fe católica, tan lejos está esto de oponerse a los intentos masónicos, que antes sirve a ellos.

Primero, porque éste es el camino de engañar fácilmente a los sencillos e incautos, y de atraer a muchos más, y después porque, abriendo los brazos a cualquiera y de cualquier religión, consiguen persuadir de hecho el gran error de estos tiempos, a saber: el indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos; conducta muy a propósito para arruinar toda religión, singularmente la católica, que, como única verdadera, no sin suma injuria puede igualarse a las demás».

Y luego: «Sus principales dogmas discrepan tanto y tan claramente de la razón, que nada puede ser más perverso. Querer acabar con la Religión y la Iglesia, fundada y conservada perennemente por el mismo Dios, y resucitar después de dieciocho siglos las costumbres y doctrinas gentílicas, es necedad insigne y audacísima impiedad».

Y después: «En tan feroz e insensato propósito parece reconocerse el mismo implacable odio y sed de venganza en que arde Satanás contra Jesucristo.» Y describe el comportamiento, la manera de actuar de la masonería:

«…Buscan hábilmente subterfugios; tomando la máscara de literatos y sabios, que se reúnen para fines científicos, hablan continuamente de su empeño por la civilización, de su amor por la ínfima plebe, que su único deseo es mejorar la condición de los pueblos y comunicar a cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil. En los cuales propósitos, aunque fueran verdaderos, no está todo.

Además deben los afiliados dar palabra y seguridad de ciega y absoluta obediencia a sus jefes y maestros, estar preparados a obedecerles a la menor señal e indicación, y de no hacerlo así, a no rehusar los más duros castigos ni la misma muerte.

Y, en efecto, cuando se ha juzgado que algunos han hecho traición al secreto o han desobedecido las órdenes, no es raro darles muerte con tal audacia y destreza, que el asesino burla muy a menudo las pesquisas de la policía y el castigo de la justicia…». (Es posible que este aspecto tan cruel se haya moderado en la actualidad).

El Papa dice que los errores y abominaciones que defienden los masones corrompen a la juventud con la educación impía; quieren destruir la familia como la sociedad, y degradar a la mujer como al hombre con el matrimonio civil y el divorcio; separan al Estado de la Iglesia, y le hacen ateo y le entregan a la anarquía.

El Papa dice que los masones, poniendo «todo su empeño en llevar a cabo las teorías de los naturalistas», niegan la divina revelación y la redención de los hombres, desprecian la gracia y los Sacramentos, sin los cuales no pueden quedar ni vestigios de las virtudes sobrenaturales; quitan toda certeza y fijeza a las verdades que se conocen por luz natural de la razón, como son la existencia de Dios, la espiritualidad del alma, la ley natural, el fin del hombre, con que quedan sin fundamento las virtudes naturales, y ponen únicamente en la naturaleza corrompida por la culpa el principio y norma de la justicia, que es legitimar y desencadenar todos los vicios y malas pasiones.

Y prosigue el Papa: «De aquí vemos, ofrecerse públicamente tantos estímulos a los apetitos del hombre: periódicos y revistas sin moderación ni vergüenza alguna; obras dramáticas licenciosas en alto grado; asuntos para las artes sacados con profusión de los principios de eso que llaman realismo; ingeniosos inventos para las delicadezas y goces de la vida; rebuscando, en suma, toda suerte de halagos sensuales, con los cuales cierre los ojos la virtud adormecida.

En lo cual obran perversamente; pero son muy consecuentes consigo mismos los que quitan toda esperanza de los bienes celestiales, y ponen vilmente en cosas perecederas toda la felicidad, como si la fijaran en la tierra» .

Y más abajo dice León XIII: «otro vehemente empeño de los masones es destruir los principales fundamentos de lo justo y lo honesto, y hacerse auxiliares de los que, a imitación del animal, quisieran que fuese lícito cuanto agrada».

Y nos dice el Papa«que no es lícito unirse a ellos (a los masones) ni ayudarles de modo alguno». Y recomienda a los obispos: « quede sentado que lo primero que procuréis sea arrancar a los masones su máscara para que sean conocidos tales cuales son".