Entonces dirá alguno ¿por qué nos ha hecho libres?: Imaginemos que el hombre no fuera libre: En tal caso sería como un animalito autómata y como los animales haría todo obedeciendo a las leyes del instinto (como una máquina irresponsable e inconsciente que está programada para hacer esto o aquello) pero que no tienen ningún mérito en lo que hacen. En ese caso el hombre no podría hacer el mal moral, pero tampoco podría hacer el bien moral.
Sería como los animales y no tendría ningún mérito, y por tanto no merecería la felicidad del Cielo, como los animales tampoco merecen el Cielo, de la misma manera que tampoco merecería el infierno, porque aquello que hiciere lo haría obedeciendo las leyes del instinto, leyes naturales que no podría no cumplir.
Por eso para que el hombre pueda merecer, hacer el bien moral, Dios lo ha creado libre. Y por tanto la libertad es una cosa buena que nos posibilita ir al Cielo.
Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza y por tanto libre y capaz de hacer el bien auténtico. No sólo capaz de hacer el bien que hacen las abejas elaborando la miel, sin libertad para desobedecer las leyes de Dios, de la Naturaleza, teniéndolas que cumplir de un modo automático, sino libre de hacer un bien que puede dejar de hacer, un bien que cuesta, un bien moral, no como máquinas sin mérito, sino como seres libres, cuyo hacer el bien es auténtico bien moral, y los asemeja a Dios que hace el bien libremente.
Así pues la libertad puesto que nos proporciona la posibilidad de realizar el auténtico bien moral – no como máquinas o animales -, de asemejarnos a Dios, es una cosa buena. Al igual como la luz es una cosa buena. Pero así como la luz tiene la contrapartida de la oscuridad, así la libertad de hacer el auténtico bien, tiene la contrapartida de que el ser libre puede hacer el mal. Puede usar su libertad, que, como la luz, es buena, para pecar, para hacer el mal.
Del mismo modo que el brazo que tenemos que es bueno porque nos posibilita hacer muchas cosas buenas, puede emplearse en hacer cosas malas (aunque nadie dirá que le parece mal tener un brazo sano). Y éste es el origen del mal moral, el uso negativo de la libertad.
En cuanto al mal físico, es una consecuencia del mal moral: castigo o expiación del mal moral (así Adán y Eva son expulsados del Paraíso después de haber pecado, o el rey David, después de haber cometido adulterio con la mujer de uno de sus soldados al que hizo matar, es castigado por Dios, el profeta Natán se lo anuncia, con la muerte de su hijo pequeño).
Y también puede ser permitido por Dios en personas inocentes para que merezcan con sus sufrimientos unidos a los de Cristo la salvación de otros hombres pecadores (así Santa Teresita del Niño Jesús ofreció su vida por los pecadores y padeció mucho muriendo muy joven, pese a que parece que nunca cometió pecado grave).
Pero, a pesar de todo, de la existencia del mal moral y físico en el mundo, no existe el mal absoluto, porque Dios siempre extrae bienes de los males, empleando el sufrimiento de los hombres para su propio bien eterno, o, incluso si un pecador muere sin arrepentirse y por tanto se condena, sacando también de ello un bien, el de hacer brillar su justicia infinita, que también es un aspecto de su bondad infinita.
Todo mal es empleado por Dios para hacer un bien y el mal no ganará para siempre, sino que será derrotado; en todo brillará la infinita sabiduría y bondad de Dios, todo será para su mayor gloria.
Así la muerte cruel de Cristo a manos de hombres despiadados fue un mal, pero de ella por los méritos así adquiridos por Jesús, Dios obró el mayor bien concebible: la salvación de todos los hombres que lo quieran.