Leemos en Mateo 22, 35-38: "Y le preguntó uno de ellos, doctor, tentándole: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? Él (Jesús) le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primer mandamiento."
También queda claro que el amar a Dios está en primer lugar en Hechos 5, 29: "Respondiendo Pedro y los Apóstoles, dijeron: Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres." Ahora bien más se ama a quien más se obedece (obras son amores y no buenas razones), y si la obediencia a Dios está por encima de la obediencia a los hombres, es evidente que el amor a Dios está, como a cualquiera con buen sentido se le ocurre, por encima del amor a los hombres.
Ahora bien, sentado que el amor a Dios es lo primero, tenemos que preguntarnos si es posible amar a Dios odiando o no amando a los hombres, pues no quien diga "Señor, Señor" entrará en el Reino de los Cielos, "sino el que hace la voluntad de Mi Padre Celestial" (Mt 7, 21). Y S. Juan como vocero del Espíritu Santo nos responde (I Juan 4, 20):
"Si alguno dice: sí, yo amo a Dios, al paso que aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, ¿a Dios, a quien no ve, cómo podrá amarle?". Así el amor a Dios para ser auténtico debe traducirse en amor al prójimo a los hombres: "Y tenemos este mandamiento de Dios, que quien ama a Dios, ame también a su hermano" (I Juan 4, 21).
A veces es difícil amar al prójimo que nos ofende, por eso hemos de partir del amor a Dios que es bueno, para ser capaces de amar al prójimo y así amar auténticamente a Dios: Lo expresa bellamente un inspirado libro de María Valtorta (Habla de por qué los tres primeros Mandamientos se refieren a Dios, al amor a Dios, y después figuran los que atañen al amor al prójimo):
"Aparte la justa norma de prioridad en cuanto al culto que se ha de tributar al Supremo, el orden guardado en los 10 Mandamientos fue regulado por un perfecto pensamiento de amor paterno de Dios hacia los hombres a los que Él desea verles felices en su Reino eterno"…"Ya lo dije: "Si no sabéis amar a Dios ¿cómo podréis amar a vuestro hermano? Si no amáis al Buenísimo, al Benefactor y al Amigo, ¿cómo habréis de poder y saber amar a un semejante vuestro tan excepcionalmente bueno, benéfico y amigo?"
Humanamente, esto es, de hombre-animal a hombre-animal, no lo podréis. Con todo, si no amáis al prójimo, tampoco amáis a Dios; y si no amáis a Dios no podéis entrar en su Reino".
"He aquí, por tanto, que el Padre Santísimo os enseña en primer lugar a amarle a Él. Como Maestro sapientísimo, lo primero os alienta y vigoriza en el amor dándoseos a vosotros para que lo améis a Él, el eterno Bueno. Después, una vez que el amor os unió a Él y realizó en vosotros la inhabitación de Dios, os mueve a que améis a los hermanos, al prójimo, y para haceros cada vez más fuertes en el dulce y a la vez difícil amor del prójimo, como al primer prójimo al que habéis de amar os indica al padre y a la madre. El hombre que, después de Dios, sabe amar con perfección al padre y a la madre, fácilmente podrá más tarde contenerse de ser violento con el prójimo ladrón, fornicador, perjuro y ávido de la mujer y bienes ajenos"
Queda clara pues la primacía del amor de Dios en el doble mandamiento de amor a Dios y al prójimo. Así como queda claro que si no amamos al prójimo no podemos decir que amamos a Dios.
Y hemos de salir al paso de la errónea opinión difundida en nuestros días por algunos teólogos de que habría que prescindir del amor a Dios, para sustituirlo por el amor al prójimo.
Sobre este punto citemos un artículo: "Aunque el ateísmo directamente profesado sea ajeno a estos planteamientos, se pretende traducir así toda relación con Dios en relación con los hombres. Para esto, forzando el texto de San Juan. "El que no ama a su hermano a quien ve, ¿a Dios, a quien no ve, cómo podrá amarle?" se predica el amor a Dios y al prójimo como si el segundo fuese la realización sin más del primero"…
"Si el segundo mandamiento se toma como la traducción adulta del primero; si amar a Dios es amar al prójimo; si se prescinde de hecho de Dios, ¿cómo se ama el hombre a sí mismo? No sólo con amor total, sino con amor absoluto, ya que entonces es el hombre, la humanidad, lo que se constituye en absoluto. La negación de Dios no se resuelve jamás en un mayor amor al prójimo, sino en amarlo en la medida en que coincide con uno mismo o resulta útil de algún modo, o – al fin – se resuelve en el odio de todos contra todos, que es el ambiente del infierno."
En suma, los dos mandamientos de amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, no puede darse uno sin el otro, ya que el que ama a Dios ama a sus hijos, a los hombres. Y no se puede amar a los hijos, a nuestro prójimo, que tan raras veces es perfecto, si no amamos al Bueno sin límites, al Creador y Padre de los hombres, si no amamos a Dios.
Y es el amor a Dios el más importante y la raíz fundamental de todo amor: porque Dios es infinitamente bueno y digno de amor, en tanto que las criaturas, los hombres, son limitadas y sólo pueden amarse en Dios, por amor a Dios que quiso morir por su salvación, y con el amor que Dios nos infunde. Si bien, sentado esto, también es cierto que estaríamos cerrados al amor a Dios si no le amáramos en sus hijos, en nuestros hermanos.