El precio justo ¿Basta con fijar el precio de mercado para que el precio sea justo?

Dice Sto. Tomás de Aquino: "Por otra parte léese en el Evangelio: "Todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos". Pero nadie quiere que se le venda una cosa más cara de lo que vale. Luego a nadie es lícito vender una cosa a mayor precio de su valor"[21]

Ahora bien, el valor de mercado de un bien es el máximo precio por el que el vendedor puede vender la cosa y el menor por el que el comprador puede comprarla y no sería necesario amonestar a vendedores y compradores a que hicieran de manera que sacaran el máximo provecho. Por lo que está claro que el precio justo que aquí nos recomienda Sto. Tomás no es el precio de mercado. Puede ser posible en el mercado obtener un precio o vender por un precio que estén fuera de lo que la sana razón estima justo.

Para Sto. Tomás es lícito que el vendedor cargue un porcentaje moderado por encima del coste, sobre todo si es comerciante, de modo que pueda ganarse la vida. Pero todos sabemos por experiencia que frecuentemente se nos carga un precio abusivo en nuestras compras cotidianas, o en el caso de los asalariados se les compra su trabajo por un salario de miseria.

Algunos argumentan que como las transacciones de mercado son libres ya son por eso mismo justas y que por tanto el precio de mercado siempre es justo. Pero, como ya hemos visto al tratar del salario justo, si uno necesita perentoriamente una mercancía, por ejemplo artículos alimenticios, no tiene más remedio que comprarla sea cual sea el precio, por injustamente elevado que éste sea: es decir la necesidad hace que la aparente libertad de la compraventa sea ficticia:

Nadie te apunta con una pistola, pero si no quieres morirte de hambre, o padecer otras graves limitaciones, tienes que comprar al precio por el que lo venden por injusto que sea.

En teoría, si hay libre competencia, los precios tenderán a adaptarse a largo plazo al precio de coste, pero esa es la teoría, en la práctica siempre hay algún elemento monopolista (siquiera sea el de la localización, así por ejemplo el tendero de un pueblecito puede abusar porque desplazarse a comprar a la ciudad resulta demasiado gravoso) y en la realidad el vendedor puede fijar uno u otro precio de manera que sea justo en las ganancias que obtiene, o sea injusto y abuse de su posición.

De la misma manera que puede ser el comprador el que abuse de su posición para fijar un precio injusto, así frecuentemente a los agricultores de los países industrializados o a los productores de productos minerales o agrícolas del Tercer Mundo las grandes compañías les pagan unos precios bajísimos, mientras que después los revenden mucho más caros, haciendo grandes e injustas ganancias.

Afirmar que todo lo que fija el mercado es justo constituye una idolatría economicista que ampara la injusticia.

Todos tenemos experiencia de un comerciante o un artesano que decimos que es honrado porque no nos carga sino lo razonable y de otros a los que reprochamos "esto es un robo": Si las transacciones económicas no dependieran de hombres con libertad, sino que vinieran fijadas automáticamente, no podríamos hablar de moralidad en las ventas y en las compras. Pero como, dentro de ciertos límites, cada vendedor y cada comprador puede variar el precio, sí es razonable hablar de comportamientos moralmente correctos, de precio justo o injusto.

Tenemos la obligación de ser honrados en las ventas y en las compras. De hecho el que se aprovecha fijando precios abusivos, aunque la ley del país no lo castigue, está robando y sabemos que el pecado de robo obliga para ser perdonado a restituir lo robado (si no puede a todas y cada una de las personas perjudicadas, al menos en limosnas a los necesitados; un ejemplo de rico ladrón que repara sus robos es el de Zaqueo, de los evangelios, que, convertido, decide dar la mitad de sus bienes a los pobres y resarcir cuatro veces más a quienes ha defraudado).