En primer lugar vamos a comprobar cómo en el hombre existe algo que es inmaterial, de lo que no podemos decir: «es esta o esta otra materia concreta».
El agua que contiene el organismo no es la misma hoy que mañana, pues expulsamos la que bebimos ayer e ingerimos de nuevo agua; de la misma manera sucede con el azúcar que necesitamos, o con las grasas o las proteínas, o con el fósforo. De modo, que al cabo de un tiempo la materia que tenemos en el cuerpo es por completo distinta que la que teníamos antes (y aun teniendo en cuenta que hay células cerebrales que viven mucho tiempo, o que incluso vivan todo el tiempo de la vida del hombre sobre la Tierra, sin embargo su composición material no es la misma según dicen médicos y biólogos al cabo de un período más o menos largo que algunos ponen en siete años).
De modo que cuando decimos que el hombre se compone de materia, no podemos decir de esta o de esta otra materia, porque no hay ninguna materia concreta que permanezca constantemente en el hombre. Y, sin embargo podemos decir que yo soy el mismo que ayer, a pesar de que la materia de mi cuerpo ha cambiado. Por tanto debe haber algún elemento que no es material que permanece siendo el mismo y que hace que yo sea el mismo ayer que hoy. Hay algo que subsiste, que permanece, en los cambios de materia del cuerpo del ser humano, y que hace posible que dicho ser humano continúe siendo el mismo y que asimile y haga suya, haga viviente, la materia, los alimentos, que incorpora. Los antiguos llamaban «forma» a ese algo subsistente que no puede ser reducido a materia, y a esa forma del ser humano la llamaban «alma» (ver objeciones para una explicación más detallada).
Por otra parte hay acontecimientos que sin afectar al cuerpo nos causan dolor o alegría: No siente nuestro cuerpo, sino otra parte de nuestro ser: el alma: «¿Qué explicación saben dar los psiquiatras ateos del gozo por el bien cumplido o del remordimiento por el mal hecho? ¿De dónde nace este gozo o esta pena tan atroz, acaso de una parte del cuerpo? La ofensa que nos es hecha por medio de carta o por teléfono, directa o indirectamente por otra persona, y que es causa de tanto sufrimiento, ¿ha golpeado acaso algún miembro en particular de nuestro cuerpo? ¿no ha golpeado más bien nuestra alma? Hay cosas que satisfacen los sentidos, esto es, el cuerpo, pero hay otras que sin tocar el cuerpo dan gozo o dolor al alma, esto es, a aquel elemento espiritual que nosotros llamamos alma y que informa y vivifica al cuerpo». («La medida está colmada»,O. Michelini, pág. 156).
Vamos ahora a cambiar de perspectiva: Si el ser humano fuera sólo materia, es lógico pensar que su actuación se viera sometida a leyes físicas y químicas, de modo que su comportamiento no pudiera escaparse y rebasar las leyes de la naturaleza y del instinto: Pero nos encontramos con personas como Maximiliano Kolbe que estando en un campo de concentración y siendo testigo de cómo un compañero suyo padre de familia numerosa era condenado a muerte, se ofreció para sustituirlo en la atroz pena: dio su vida por su compañero de cautiverio y animó a sus compañeros que estaban siendo ejecutados como él a cantar y dar gracias a Dios, mientras agonizaban. Si tenemos un instinto que nos impulsa a conservar la vida, y hay hombres que por razones de amor sobrehumano lo sobrepasan, esto nos prueba que el hombre es capaz de actuaciones por encima de la naturaleza material y animal: Es decir que en el hombre existe algo que lo eleva por encima de la naturaleza.
Y todo hombre es capaz de actuaciones más o menos heroicas que le ennoblecen. Así pues, en el hombre existe un algo por encima de la mera naturaleza material y animal. A ese algo le llamamos alma.
Esto es para establecer que en el hombre existe un elemento que no es materia, aunque todavía no hemos hablado de que este elemento llamado «alma» sea inmortal.
El hombre aspira a una felicidad plena y no quisiera morir nunca: Es ésta una aspiración de todos los hombres. Y en esta vida el deseo de una felicidad perfecta es inalcanzable y por otra parte sabemos que más o menos pronto todos hemos de morir. Si el alma humana muriera con el cuerpo, sucedería que Dios habría puesto en la naturaleza del hombre un deseo y una aspiración que no se podría alcanzar.
Pero en la naturaleza el niño nace buscando con sus labios dónde mamar y el pezón de la madre existe, tenemos sed y el agua existe, tenemos hambre y existen los alimentos. Pues bien si tenemos hambre y sed de felicidad y de inmortalidad es que esta felicidad perfecta y esta vida que dura siempre, existen. Dios, que es el único bueno, no hubiera puesto este deseo en nuestros corazones, si no lo iba a satisfacer. Luego, como vemos que el cuerpo muere, tenemos que pensar que hay en nosotros un principio que vive para siempre (y que en la resurrección de los cuerpos volverá a animar nuestro cuerpo). Este principio que no muere es el alma.
Por otra parte, siendo el alma inmaterial no tiene partes y no tiene por qué corromperse ni deshacerse, cuando se separa del cuerpo.
Además pensemos qué Dios sería el que permitiera que la suerte de los opresores de los demás y la de quienes dan su vida en sacrificio de amor fuera la misma: la de pudrirse en el sepulcro. Sería un Dios injusto. Y para que Dios pueda premiar a los buenos, que muchas veces sufren en esta Tierra y castigar a los malos que parece a veces que se lo pasan muy bien en esta vida, es preciso que el alma del hombre sea inmortal. Mención especial merece el sufrimiento de los inocentes, que sería una injusticia atroz si no existiera otra vida después de la muerte.
Si no hay otra vida, los hombres no tendrían el suficiente aliciente para ser virtuosos, y el malvado podría reírse de la justicia de Dios y oprimir sin reparo al desvalido repitiendo las palabras que en el libro de la Sabiduría se ponen en sus labios:
«Corta y triste es nuestra vida, y no hay remedio cuando llega el fin, ni se sabe de nadie que haya escapado del Ades. Por acaso hemos venido a la existencia, y después de esta vida seremos como si no hubiéramos sido…Venid, pues, y gocemos de lo presente, démonos prisa a disfrutar de todo en nuestra juventud…Oprimamos al justo desvalido, no perdonemos a la viuda ni respetemos las canas del anciano provecto…Pongamos garlitos al justo que nos fastidia y se opone a nuestro modo de obrar…» (Sabiduría, 2, 1-12)
Estos son los pensamientos de los malvados y tendrían razón si el hombre no fuera inmortal en su parte mejor, en el alma. Como nos responde la misma Sabiduría: «Estos son sus pensamientos, pero se equivocan, porque los ciega la maldad. Y desconocen los misteriosos juicios de Dios, y ni esperan que los justos tengan su recompensa, ni estiman el glorioso premio de las almas puras. Porque Dios hizo al hombre para la inmortalidad…»(Sabiduría, 2, 21-23).
Y describiendo el castigo de los malvados en la otra vida dice este mismo libro de la Biblia: «Y verán llenos de espanto sus pecados, y sus crímenes se levantarán contra ellos acusándolos» «Entonces estará el justo en gran seguridad, en presencia de quienes le persiguieron…Arrepentidos (los malvados) dirán para sí,…: Nosotros insensatos tuvimos su vida por una locura y su fin por deshonra…Luego erramos el camino de la verdad, y la luz de la justicia no nos alumbró, y el sol no salió para nosotros.»
Mas si no se cree en la inmortalidad se abre la puerta para todos los crímenes y la vida de la sociedad se hace como la vida de la selva, en que los malvados oprimen impunemente a los honrados. Luego tiene que existir otra vida en que Dios dé su pago a unos y a otros y que sirva de adecuado aliciente y freno en esta vida, de modo que la sociedad sea justa. Luego el alma es inmortal.
Por la naturaleza inmaterial del alma, por el deseo de felicidad perfecta y de inmortalidad que anida en el corazón de todo hombre y que conforme a todo deseo general que se da en la Naturaleza se ha de satisfacer y Dios que es bueno y lo ha inscrito en nuestro corazón no dejará de saciarlo, amén de por la injusticia que supondría que Dios dejara sin premio y sin castigo nuestra vida en la Tierra, por todos los desórdenes que llevaría consigo para nuestra vida presente la creencia contraria de que nos morimos y todo se acabó, por todo ello, podemos concluir que el alma del hombre es inmortal.