¿Existe el pecado?

Sabemos que existe la luz y la oscuridad. Sabemos que existe el bien y el mal, y que Dios no quiere el mal. ¿De dónde pues procede este mal? ¿De dónde vienen las guerras, los crímenes, los sufrimientos? Si el hombre fuera inocente, sin culpa, ese mal habría que atribuirlo a Dios, pero como hemos visto Dios es infinitamente bueno, y sería blasfemo atribuirle a Él los crímenes que asolan nuestro mundo. Por otra parte decir que el hombre no puede pecar es negar su libertad: El hombre puede hacer el bien o el mal, puede elegir el agua o el fuego: el hombre es libre.

El pecado es una ofensa contra Dios al que se prefieren las criaturas, y también una ofensa contra el hombre al que se lesiona injustamente, prefiriendo el amor mal entendido de sí mismo; también es una ofensa contra uno mismo ya que lesiona la propia naturaleza, envileciéndonos (sólo si amamos y tememos a Dios, nos amamos y respetamos realmente a nosotros mismos). El pecado es la raíz de todos los males, es la oscuridad del alma al rechazar la luz que es Dios. Es, finalmente, cuando es grave, la posibilidad de una condenación eterna, a no ser que nos acojamos a la misericordia infinita de Dios y nos arrepintamos de corazón.

(*: Ver Catecismo nº 386 y siguientes y nº 1846 y siguientes). El pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente (es como si nos dieran un antorcha estupenda para alumbrarnos y la usáramos para provocar un incendio). Referente al primer pecado del hombre, el catecismo nos dice que "el hombre dejó morir en su corazón la confianza hacia su Creador y abusando de su libertad, desobedeció"; "todo pecado es una desobediencia y falta de confianza en la bondad de Dios"; "en este pecado el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios y quiso ser como Dios pero sin Dios, antes que Dios y no según Dios". Dios en cambio quiere que nos divinicemos por un camino de humildad y amor. El pecado destruyó la armonía y la paz del hombre consigo mismo, con sus semejantes y con la Creación: es la fuente de todo mal. El pecado crucificó a Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre. Pero de su Pasión dolorosa brotó la fuente de la infinita misericordia por la que el pecador arrepentido puede alcanzar el perdón.

"Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros" (S Agustín); depende de nosotros, de nuestra libertad elegir el agua fresca de la gracia o el fuego terrible del pecado. "Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos", pero "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (la misericordia de Dios, si nos volvemos a Él arrepentidos, es infinita) (nº 1847).

Cuando pecamos nos degradamos, nos traicionamos a nosotros mismos, a la parte mejor de nuestro ser. La falta de amor y de temor de Dios, nuestro Padre, es una traición a nuestra propia identidad verdadera. "El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta, es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo a causa de un apego perverso a ciertos bienes" (Nº 1849).

"El pecado mortal (pecado en materia grave con consentimiento deliberado y pleno conocimiento) destruye la caridad (el amor verdadero a Dios y a nuestros hermanos) en el corazón del hombre". Para el perdón de los pecados existen dos sacramentos, el Bautismo y la Penitencia o Confesión.

La opinión de que no existe el pecado, de que todos somos inocentes es proclamada por algunas sectas: "No hemos transgredido ninguna ley. Las leyes divinas son inmutables, inviolables en el sentido más estricto de que no pueden ser alteradas ni transgredidas…Su cumplimiento es inexorable y ninguna criatura tiene poder para interferirlo" (leemos en un opúsculo de una de estas sectas) Y también:"Dios no se siente traicionado por el hombre, pues nada ocurre que no responda a su plan: somos inocentes."

Respuesta: Dios dice "no matarás": Y sin embargo sabemos por triste experiencia que muchos hombres que no están locos, pues en tal caso no sabrían lo que hacen, matan, desobedeciendo a Dios. Por tanto las leyes de Dios pueden ser transgredidas, desobedecidas, por el hombre que es libre de hacer el bien o el mal. Imaginemos que no fuera así y que el hombre no fuera libre y por tanto no fuera responsable de sus acciones: En tal caso sería como un animalito autómata, como los animales, que hacen todo obedeciendo a las leyes del instinto, como máquinas irresponsables e inconscientes que están programadas para hacer esto o aquello, pero que no tienen ningún mérito en lo que hacen.

Por tanto el hombre en ese caso sería como los animales y no tendría ningún mérito, y por tanto no merecería la felicidad, el Cielo, como los animales tampoco merecen el Cielo, de la misma manera que tampoco merecería el infierno, porque haría lo que haría obedeciendo a leyes de Dios que no se podrían transgredir. No habría pecado ni mérito. El hombre sería inocente como lo son los animales, es decir sin mérito de su parte.

Pero ¿cuál es la realidad?: Que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y por tanto libre, y capaz de hacer el bien moral. No capaz de hacer el bien que hacen las abejas elaborando la miel, sin libertad, obedeciendo las leyes de la Naturaleza, de Dios, de un modo automático, sino libre de hacer un bien que cuesta, un bien moral, no como máquinas sin mérito, sino como seres libres, cuyo hacer el bien es auténtico bien moral, y los asemeja a Dios que hace el bien libremente.

Y la libertad, puesto que nos proporciona la posibilidad de hacer el auténtico bien moral – no como máquinas o animales – de asemejarnos a Dios, es una cosa buena. Al igual como la luz es una cosa buena. Pero, así como la luz tiene la contrapartida de la oscuridad. Así la libertad de hacer el auténtico bien, tiene la contrapartida de que el ser libre puede hacer el mal. Puede usar su libertad, que como la luz es buena, para hacer el mal: Eso es el pecado. Negar el pecado es negar que el hombre sea libre.

¿En qué sentido las leyes divinas son inviolables? En el sentido de que al final Dios dará a cada cual lo que ha merecido, en que nadie escapará a la justicia de Dios, y también en el sentido de que todo lo que sucede, si en el caso del pecado no es querido por Dios, es sin embargo permitido por Él, pues quiere nuestra libertad, y aun en el supuesto de que la empleemos mal, Él sacará de los males bienes.

Pero, mientras estamos en este mundo podemos desobedecer a Dios, podemos transgredir sus leyes: Negar esto sería lo mismo que afirmar que las terribles guerras fratricidas, no son responsabilidad del hombre, sino de Dios, ya que el hombre no podría alterar las leyes divinas. Y, por tanto Dios sería el culpable de crímenes horrendos: Dios sería injusto y ya no sería bueno, y ya no sería Dios.

Prosigue el escrito sectario:"Dios no se siente traicionado por el hombre, pues nada ocurre que no responda a su plan: Somos inocentes."

Pero Jesús, verdadero Dios y hombre, cuando estaba en el huerto de Getsemaní y Judas lo traicionaba dijo: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?". Podemos traicionar a Dios, y lo hacemos cuando no seguimos nuestra conciencia que nos dice qué está bien y qué está mal.

Y el que podamos traicionar a Dios quiere decir que el pecado no es sólo una ofensa al hermano sino sobre todo, y antes que nada, una ofensa a Dios (Catecismo Universal de la Iglesia Católica nº 1850). A Dios nuestros pecados y crímenes no le harían ningún daño si Él no hubiera querido ponerse a nuestro nivel, a nuestro alcance y hacerse hombre: Nuestros pecados clavaron a Jesús en la cruz: "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catecismo, nº 598)

No somos inocentes, pues todos hemos pecado. ("Si decimos: "No tenemos pecado", nos engañamos y la verdad no está en nosotros"-1 Jn 1, 8-). Ahora bien, Dios es infinitamente misericordioso y si nos arrepentimos, si lloramos nuestros pecados, nos perdona y como al hijo pródigo nos abraza y sacrifica para nosotros el mejor animal de su rebaño para que nos alegremos por la nueva inocencia que nos da. Dice el Evangelio que habrá más alegría en el Cielo por un pecador que se convierta que por 99 justos que no necesitan penitencia. Dice la Escritura "aunque vuestros pecados sean rojos como la grana Yo los convertiré en blancos como la nieve". La misericordia de Dios es como un mar infinito que lava todas nuestras suciedades con tal de que nos echemos en sus brazos. Recobrar la amistad de Dios es una alegría tan grande que borra todas las neurosis y las penas, que nos rejuvenece y nos llena de paz.

Dicen los de esta secta: "Nada ocurre que no responda a su plan (al plan de Dios)": Esto es cierto, aunque en un sentido distinto al que dicen: Dios saca incluso del mal, del pecado, consecuencias buenas: Así, si Judas lo traicionó, sin embargo esa traición le sirvió para dar la prueba más grande de amor, morir por los hombres y así al precio de su sangre redimirlos del pecado, con tal de que el hombre reconozca su pecado y pida humildemente perdón.

Pero el plan de Dios no quiere el pecado, aunque sí quiere la libertad del hombre y que éste sea a su imagen y semejanza, quiere la libertad que es una cosa buena y tolera las consecuencias malas de la misma, el pecado y los crímenes, aunque en último término, también de esos hechos malos sacará consecuencias buenas: mayor mérito para los justos, misericordia para los pecadores arrepentidos y justicia eterna para los pecadores que no quieren arrepentirse. El plan de Dios se cumplirá por mucho que nos rebelemos y le desobedezcamos, pero si no nos arrepentimos ese plan incluirá nuestra eterna condena.

Todos los pecados tienen perdón, pero quien dice que no existe el pecado ya no pide perdón y por tanto se cierra la puerta de la misericordia de Dios que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores.

Por eso el mayor error es el de decir que no existe el pecado: eso es afirmar que el hombre no es libre, que Dios es monstruoso porque haría crímenes horrendos, ya que el hombre no sería responsable de ellos; en ese caso el hombre no podría esperar la felicidad eterna al no merecerla pues actuaría como un animal o una máquina, y además no tendría justificación el dolor del mundo – digno castigo o fuente de expiación o de corredención de los pecados – y Cristo habría sufrido su Pasión sin ningún sentido pues no habría nada que perdonar ni nadie a quien redimir porque todos los hombres serían inocentes. En fin, este error es una monstruosa herejía:

La voluntad de Dios, cuya expresión básica son los Diez Mandamientos es una voluntad y una ley de amor: En efecto, el que ama a su hermano no le matará ni le quitará su mujer ni le robará. Son un yugo, pero un yugo suave y dulce, porque sentir sobre nosotros la sonrisa complacida del Padre nos llena de paz y de felicidad y saber que si seguimos así un día gozaremos de la paz infinita en el Cielo nos llena de alegría en nuestro camino por la tierra.

Lo que dice el papel sectario (que abre la vía libre a todo placer) es viejo como el demonio: Es el camino ancho que lleva a la perdición y que se opone al camino estrecho del evangelio que lleva a la salvación: Es lo que, en la antigüedad, preconizaban los paganos, los epicúreos, etc: Goza del presente, ancha es Castilla, para cuatro días que vivimos, disfrutar, es lo que repite la televisión a todas horas, el "no te reprimas": Así gozándola se coge el SIDA, o gozándola te ves enganchado a las drogas.

Otra cosa es el perdón de Dios, de Jesús: A la adúltera que querían apedrear le perdona, pero le dice "No vuelvas a pecar". Le llama al arrepentimiento. No dice que era inocente, sino que le da a entender que había pecado y le dice "No vuelvas a pecar". Y en otro lugar del evangelio dice Jesús: "Entrad por la puerta estrecha porque ancho es el camino que lleva a la perdición".

(Y más adelante en el escrito sectario se nos revela cuál es la raíz de su monstruosa negación del pecado, pues afirma que "somos una parte de Dios": Dios se basta a sí mismo y no tiene partes: y nosotros que somos llamados a la unión con Dios podemos separarnos de Él por el pecado y separarnos para siempre si no nos arrepentimos. Dice luego, "que somos de la misma esencia que Dios", (véase la 3ª objeción (panteísta) a la existencia de Dios y su refutación en este mismo escrito) lo que es un disparate colosal: Pues Dios por esencia no tiene límites, mientras nosotros los hombres somos muy limitados. Dios es infinitamente bueno, mientras los hombres somos a veces malvados. Dios es todopoderoso, mientras que nosotros podemos pocas cosas: Es una herejía panteísta: Todo es Dios, el sol es Dios, la cucaracha es Dios, nosotros mismos somos Dios, etc… Es un tipo de idolatría de las más peligrosas porque termina en que el hombre se adora a sí mismo, haciéndose igual a Dios, imitando a Satanás, y así el hombre no reconoce que es una criatura, no pide perdón a Dios, no lo reconoce como infinitamente superior, justifica todo lo que hace como si fuera divino (si un hombre mata a otro hombre no es ningún crimen, sino un acto divino por el que Dios mata a Dios)).

Creer que la unidad con Dios puede alcanzarse es bueno, creer que la tenemos automáticamente es falso, como nuestra propia experiencia si somos sinceros nos enseña. Los santos tenían a Dios en su corazón y sin embargo enseñaban que a Dios se le puede perder: El Amor de Dios es incondicional en el sentido de que desea siempre nuestro bien, quiere que nos salvemos, que nos arrepintamos, nos da gracia y ocasiones para que lo hagamos, nos ha creado por amor, no se alegra con la muerte del pecador, etc…

Pero no es incondicional en el sentido de que no nos retire su amistad si pecamos, si pecamos nos retira su amistad (y morir sin la amistad de Dios equivale a una eterna condenación), aunque como es infinitamente misericordioso, si mientras vivimos, de corazón, le pedimos perdón, nos perdona.

Citemos, para terminar el nº 1432 del Catecismo: «El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36, 26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5, 21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de Él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19, 37; Za 12, 10).»