Objeciones a la existencia e inmortalidad del alma del hombre

No existe nada inmaterial que subsista (que sea una substancia) en el hombre. Así Unamuno hace una objeción que veremos que es sofística, y que dice así: «»¿Qué razón desprevenida puede concluir el que nuestra alma sea una sustancia (que subsiste, que permanece) del hecho de que la conciencia de nuestra identidad – y esto de muy estrecho y variables límites -persista a través de los cambios de nuestro cuerpo? Tanto valdría hablar del alma sustancial de un barco que sale de un puerto, pierde hoy una tabla que es sustituida por otra de igual forma y tamaño, luego pierde otra pieza, y así una a una todas, y vuelve el mismo barco con igual forma, iguales condiciones marineras, y todos lo reconocen por el mismo.»

Respuesta: Ahora bien, lo que demuestra el hecho de que el mismo barco pueda estar constituido o compuesto por distinta materia, es que el barco no es sólo materia, sino también «forma», o estructura, o cierta distribución de sus piezas o de su materia, (forma que es mantenida o restaurada por la acción inteligente de hombres expertos) y en el ejemplo que se nos da, a pesar de haber cambiado sus piezas, a pesar de haber cambiado su materia, no por sí misma sino por la obra inteligente de los carpinteros o ingenieros navales que lo reparan, conserva el barco la misma forma o estructura, que en sí es un elemento no material, que subsiste en la mente de sus constructores y reparadores como muestra el hecho de que puede conservarse con distinta materia. Ahora bien, la forma viviente del hombre conserva la vida de distintas materias (incorporadas al cuerpo del hombre) no por obra de un agente e inteligencia exteriores (como en el caso del barco son los carpinteros navales), sino por sí misma (aunque no existe sino por la acción del ser necesario, de Dios). Y es por tanto una forma subsistente (que subsiste por sí misma a diferencia de la forma o estructura del barco, que si persiste es por la acción inteligente de los carpinteros navales). Con ello no queremos demostrar que sea inmortal, sino simplemente que existe en el hombre una parte inmaterial: la forma o alma. Pero por persistir o ser subsistente por sí misma puede ser inmortal, como deja entrever el filósofo Tresmontant : «La forma o la estructura del organismo no es como la forma o la estructura de la máquina. La forma del organismo subsiste, mientras que se van renovando cada uno de los elementos materiales que lo integran. En el caso del objeto fabricado por el hombre, la forma no subsiste. Es meramente externa. No es inmanente. No es activa. Tampoco es sustancia. Si rompo una estatua o una máquina, rompo realmente la forma. No hay inmortalidad de la forma en la máquina o en la estatua; lo más, en la cabeza del artista o del ingeniero que la conciben y se acuerdan de ella (en nuestro ejemplo en la mente del ingeniero o carpintero naval). En cambio, si corto un planárido (un animal invertebrado) en dos, cada mitad del planárido reconstruye otro. Si me corto, soy capaz, por lo menos, de regenerar la epidermis desaparecida. Y, desde luego, a los veinte años, a los cincuenta o a los ochenta sigo siendo el mismo; he logrado subsistir en mi propio yo, aunque la materia que informaba se ha ido renovando constantemente.» y prosigue «Con el análisis que nos suministran los biólogos, desde hace más de un siglo, podemos decir que, aparentemente, no hay dificultad alguna decisiva en admitir que el alma (la forma del hombre) pueda seguir subsistiendo cuando haya dejado de informar la materia (cuando se separa del cuerpo, cuando la muerte), puesto, que, gracias a los experimentos de las ciencias modernas, comprobamos una independencia relativa entre el alma que subsiste y la materia informada que se renueva (la materia que a través de la alimentación y deyección se renueva en el cuerpo). Si, hubiera, como en el caso del jarrón o de la estatua o de la máquina, o de cualquier otro objeto fabricado por el hombre, un ajuste total entre la forma y la materia, si la subsistencia de la forma estuviera comprometida en la integridad de los materiales reunidos, si la forma no atestiguara ninguna existencia independiente, entonces, sería difícil, por nuestra parte, sostener una posible inmortalidad del alma. Pero en el caso del organismo vivo es sustancia (subsiste la forma o el alma). Su relativa independencia presente con respecto a la materia integrada puede ofrecernos garantías de su capacidad de supervivencia sin informar la materia. Desde luego, no hay contradicción ni absurdo en esta hipótesis».
Y, para que se vea que existe algo inmaterial en el hombre citemos las afirmaciones de un biólogo no creyente francés, Kahane: «En la persistencia de la estructura, por no decir en la permanencia de la estructura se encuentra la base concreta de la individualidad de cada viviente» (Antes nos ha dicho este autor que en el organismo vivo todo se renueva «de modo tal que ningún organismo está nunca constituido de la misma materia en el instante pasado y en el instante presente…») De modo que lo que asegura la persistencia del individuo viviente es su «estructura», que en sí no es ni esta ni esta otra materia. Llamemos a esta realidad forma o alma o estructura, queda claro que en el hombre persiste un elemento inmaterial, que hace que el individuo continúe siendo el mismo, pese a que su cuerpo cambia de materia.

2)OBJECIÓN: EL ALMA NO ES INMORTAL

Dice, por ejemplo, el mismo Unamuno: «…no hay manera alguna de probar racionalmente la inmortalidad del alma. Hay en cambio, modos de probar racionalmente su mortalidad.» «… todo nos lleva a conjeturar racionalmente que la muerte trae consigo la pérdida de la conciencia. Y así como antes de nacer no fuimos ni tenemos recuerdo alguno personal de entonces, así después de morir no seremos. Esto es lo racional».
Lo que quiere decir, seguramente el Unamuno, es que no disponemos de datos, comprobándolo con nuestros sentidos, para afirmar que la persona, su alma, sigue existiendo después de muerta. ¿Es esto verdad? No siempre. Por ejemplo, durante las apariciones de Garabandal y tras haber tenido una experiencia extraordinaria en dicho pueblecito de Garabandal durante la aparición de la Virgen a unas niñas, murió de repente (día 8 ó 9 de Agosto de 1961) el Padre jesuita Luis María Andreu: La Virgen dio después a entender a las niñas que el P. Luis María estaba en el Cielo con ella, y las niñas hablaron con el ya difunto P. Luis Mª Andreu, de modo que sabían cosas del finado, por estas conversaciones con el fallecido, que el propio hermano del finado atestiguó que eran verdaderas, a pesar de que no tenían las niñas videntes modo humano de conocerlas. Los hechos extraordinarios de Garabandal y la corta edad de las niñas a quienes se aparecía la Virgen son otros dos motivos para creer que las niñas hablaron con el difunto P. Luis María Andreu.

¿Es éste un hecho aislado? En la historia de los santos cristianos hay hechos similares, y observemos que el mismo hecho de que existan apariciones de Nuestro Señor que murió y de la Virgen que no vive ya en la tierra, indica que siguen vivos, es decir que existe otra vida después de la presente.
Citemos entre otros toda la tradición en torno a S. Francisco de Asís, recogida en las Florecillas, S. Francisco vio muchas veces a Nuestro Señor Jesucristo. Y en las Florecillas se narra como diversos frailes vieron a S. Francisco que se les apareció y les habló después de muerto. También se narra en las Florecillas como diversas almas van directamente al Cielo y otras salen del Purgatorio hacia el Cielo. En otra vida de una gran santa, el relato autobiográfico de Santa Teresa de Jesús (Vida) nos cuenta ésta cómo vio a un alma que iba derechamente al Cielo, otras al Purgatorio, y otro fallecido que después de muerto estaba en poder de los demonios.
En las apariciones de Fátima los niños videntes oyeron a la Virgen decir como unas personas amigas suyas estaban en el Cielo o en el Purgatorio y vieron el Infierno con almas de condenados.

El Padre Pío de Pietralcina que tenía en su cuerpo las llagas de Nuestro Señor (muerto el día 23 de Septiembre de 1968) y que curó y convirtió milagrosamente a muchos, tuvo el don de saber que algunas personas fallecidas estaban en el Cielo, en el Purgatorio o en el Infierno. Más recientemente en las apariciones de Medjugorje el día 7 de Mayo de 1985 una de los jóvenes videntes, Ivanka Ivankovic habló con su madre fallecida que se le apareció desde el Cielo, lo cuenta la misma Ivanka: «La Virgen era más bella que nunca e iba acompañada de dos ángeles. Me ha preguntado qué deseaba. Le he pedido que me haga ver a mi madre. La Virgen ha sonreído y ha asentido con la cabeza. Enseguida se me ha aparecido mi madre. Sonreía. La Virgen me ha dicho que me levantase. Mi madre me ha besado entonces, diciendo: «Hija mía, estoy orgullosa de ti…» Me ha besado nuevamente y ha desaparecido.» Los seis jóvenes videntes de Medjugorje han visto el Cielo y el Purgatorio y cuatro han visto el Infierno. Y hay almas que van directamente al Cielo, otras al Purgatorio y otras al infierno. (Estas apariciones de la Virgen en Medjugorje aún continúan) Y en otras apariciones actuales, las de El Escorial el día 4 de Noviembre de 1995, el Señor hizo que hablaran a la vidente unas jóvenes que hacía poco habían muerto en accidente y que conversando con la vidente días antes de su muerte no creían que existiese el infierno. De estas jóvenes recientemente fallecidas que le hablaron después de su muerte a Amparo Cuevas (la vidente de El Escorial), una estaba en el infierno y otra en el tiempo que medió entre el accidente y su muerte se arrepintió y le hablaba desde el Purgatorio pidiéndole oraciones para llegar pronto al Cielo.

Es decir que si se comprueba la fiabilidad de estos testimonios de santos y de las apariciones de la Virgen, algunas de las cuales aún tienen lugar, que han sido avaladas por hechos prodigiosos en el cielo atmosférico (recuérdese el milagro del sol en Fátima que fue presenciado por unas 70.000 personas, y por personas que se hallaban a muchos kilómetros del lugar de la concentración humana en torno a los pastorcillos videntes), por conversiones y curaciones milagrosas y por otros prodigios, junto con las palabras santas de los mensajes en ellas dados, repetimos que si se comprueba la fiabilidad de estos testimonios, entonces, viendo en ellos la mano de Dios, habrá que dar fe a que existe otra vida, y por tanto a la inmortalidad del alma, que según cuál sea nuestro comportamiento en esta Tierra irá al Cielo, al Purgatorio como estación de paso hacia el Cielo, o al Infierno.

Pero es que además, el hecho de que normalmente no podamos comprobar con nuestro sentidos que después de muerta una persona continúa su vida, su alma sigue viva, no es un argumento suficiente como para concluir que no existe la vida del más allá. Tampoco percibimos con nuestros sentidos la existencia de Dios, y sin embargo sabemos que Dios existe por nuestra razón, nuestra conciencia y nuestro corazón (ver «¿Dios existe?», pág. 56). Y precisamente porque Dios existe y es bueno, sería monstruoso e inconcebible que nosotros que aspiramos todos a una felicidad plena y a vivir siempre, sentimientos que Dios ha puesto en nuestro corazón, acabáramos en el vacío y la nada. Vemos que a todo deseo general que existe en la Naturaleza corresponde una realidad, así si, de una parte tenemos sed, de otra existe el agua que la sacia; si tenemos hambre, existe los alimentos que la remedian; el recién nacido busca con su boquita la leche, y existe el pezón de la madre que satisface su anhelo. ¿Y si nosotros ansiamos la felicidad perfecta y la vida que no se acaba, deberemos concluir que no existen? Lo racional es pensar que Dios que es la Bondad misma, nos dará lo que ansía nuestro corazón. Lo racional es pensar que nuestra alma que vimos que es esa parte de nuestro ser que no puede reducirse a ninguna materia continuará viviendo después que nuestro cuerpo muera.